Nací un 19 de Febrero de 1970 a las 19 horas, en la misma ciudad donde nacieron Carolina Coronado y Espronceda, Almendralejo, por las tierras de Extremadura.

 

Siendo el quinto embarazo de mi madre, sin embargo, fui su tercer parto; abstracta y ambigua hasta en el nacimiento…

 

Me recuerdo curioseando siempre en cualquier lugar, cualquier cosa desde los bolsos de las visitas, los cajones de casa, los armarios de otras casas que no eran la mía. Buscando un “por qué” siempre a todo, y como mi timidez extrema me impedía preguntar, encontré la manera de saber de los demás a través de sus objetos.

 

También recuerdo la enorme biblioteca de mi padre, Casiano (el portador del yelmo), y acurrucarme entre las hojas de libros que me servían de refugio ante un mundo que se antojaba hostil dada mi enfermiza timidez.

 

Descubrí que no solo había libros en casa, pues las superficies eran susceptibles de ser modificadas, pero siendo tan dócil y dúctil, fueron los papeles los que me ofrecieron su “alma” para garabatear sobre ellos, y los lápices y los bolis y los colores…Encontré un nuevo refugio.

 

Ganaba todos esos estúpidos concursos del cole por el que a través de un dibujo, te regalaban una tontería, reclamo de la compra, con gran descuento, de una enciclopedia tremendamente útil para cuando “su hija sea mayor…”

 

Recorrí museos en mi adolescencia, a diario, cuando aún eran gratis, y tomaba innumerables notas sobre todo lo que en ellos sentía.

 

Llegó la época de la Universidad y obviamente, mis oídos solo escuchaban los cantos de sirena de la Facultad de Bellas Artes de Madrid, pues era allí donde navegaba mi barco.

No sé por qué no me tapé los oídos y me até al mástil…

Una dura semana de examen para acceder a mi sueño. De lunes a jueves encajar una escultura en un Ingres, con carboncillo, trapito, difuminadores…

Al entrar vi una masa de personajes con péndulo en mano, reglas, lapiceros sostenidos en la mano cual astrolabios…y yo, sola ante el Ingres en blanco, mis carboncillos (nuevos para la ocasión), mis trapitos blancos como la cal y mi enorme y desorbitada ilusión.

Encajé la escultura en el mismo lunes ante la estupefacta mirada de esos personajes de blanco; fue entonces cuando uno de ellos me advirtió que no fuera tan rápida, que cuidara los detalles, que hasta el jueves había tiempo de hacerlo perfecto; entonces pensé:

“no puedo hacerlo más perfecto de lo que he hecho”

Y así, desde ese lunes hasta el jueves, me dediqué durante las cuatro horas diarias de examen, a borrar lo dibujado para dibujarlo igual, en definitiva, a disimular.

Yo nunca me preparé en una academia como habían hecho esos personajes de blanco; jamás hube utilizado un péndulo, y lo de dar volumen mediante sombras y blancos, lo hacía a mi manera. Y pensé:

“Si ya saben hacerlo todo tan perfectamente, es decir, si ya saben copiar exactamente, ¿dónde está la expresión?, ¿acaso no tienen cámaras de fotografiar…?

Me arrinconé para pasar desapercibida y obviar los comentarios doctrinales de los personajes de batas blancas.

 

Llegó el viernes y con él mi sueño volvió a tomar sentido. Tema: LA LUZ. Un solo día, cuatro horas para expresar la luz sin péndulos, sin cuadrículas, sin un referente físico. ¡La libertad!

Fue entonces cuando los personajes de blanco se agitaron mucho, y portaron pequeños lienzos con fotografías de obras de Sorolla y pintores parecidos, y volvieron a copiar…

Yo seguí con mi Ingres, me tiré en el suelo y con mis ceras Manley (que se me deshacían entre los dedos por ser la primera semana de Julio), pinté y pinté y pinté sin darme cuenta de que los personajes de blanco estaban en la misma sala que yo. Ahora no me escondía, marqué mi zona con un rastro de trementina y solo se asomaban pero no podían entrar en mi territorio…

 

Aprobé, si, a pesar de no “saber fotografiar exactamente la realidad del lunes al jueves”, aprobé por cuatro horas frente a dieciséis; David contra Goliat.

 

He derrochado tantas lágrimas en esa Facultad que bien podría haberlas guardado y convertirlas en lago. Nada fue lo que yo soñé. Poco aprendí, poco arte sentí, solo decepción y fracaso, solo un disfraz de artistas…

 

Por un tiempo me vencieron, pero el bicho estaba dentro y jamás dejará de estarlo. Lo apaciguaba con pequeñas decoraciones en cualquier objeto susceptible de convertirse en otro.

Tardé en creer de nuevo en mí, pero lo hice y todo el tiempo que pasé en la Facultad de los personajes de bata blanca no fue en balde, pues la biblioteca se convirtió en mi cueva, y leí, leí, leí…apunté, conocí…

 

Como allí no encontraba lo que buscaba, el Círculo de Bellas Artes de Madrid me dio “de comer” todo ese tiempo, y pintaba en el torreón, y asistía a seminarios, a conferencias…Lo mismo hice en el Prado y en el Reina Sofía.

 

No me presenté a concursos ni becas, sabía que el grupo elegidos ya existía y no derroché más fuerzas.

 

Si hubo gente a la que le tocó mi arte y gracias a ellos, lo que si hice fue exponer, no me importaba dónde, solo que mi forma de expresarme con los pinceles no era medicina para mí sola, sino que ayudaba a los demás, que les hacía sentir…y eso es lo que yo buscaba y busco.